
Batuti era un murciélago común y corriente: dormía boca abajo, parecía una rata con alas, sus ojos eran grandes y negros como dos bolas de billar número ocho, sus dientes pequeños eran muy puntiagudos y le gustaba bailar.
Si Batuti era un poco peculiar. Nació en el ático de una academia de Ballet.
Su familia lo había abandonado, sin querer, cuando él era pequeño por lo que al principio de su vida gritaba bastante y hacía mucho ruido. El pobre desconsolado por su soledad aprendió a volar solo.
Batuti, lloraba todos los días, lo que generó el despertar de la curiosidad de una pequeña niña: Ofelia.
Ofelia, tenía 7 años cuando comenzó a ir a clases de Ballet, a ella le encantaba ir y disfrutar con sus amigas aunque sus profesoras fueran estrictas. Ofelia entrenaba todos los días para según ella ser la mejor bailarina el mundo.
Su madre le compró un par de zapatillas negras pero Ofelia no estuvo feliz hasta que le dieron un tutú rosado.
Ella entrenaba todos los días con su tutú rosado que hacía resaltar su piel blanca como el papel , su pelo naranja parecía fuego en los días soleados y sus ojos verdes brillaban como dos esmeraldas. Un día después de clases Ofelia se quedó ensayando su plié; las otras niñas ya se habían ido, las profesoras le habían dado permiso que se quedara un rato más ensayando.
Sin embargo la pequeña Ofelia comenzó a escuchar algo que venía del ático. Así que decidió ir a investigar.
Al llegar al ático, Ofelia se encontró con un murciélago. El animal no paraba de girar de un lado al otro como si estuviera llorando, parecía actor de teatro tratando de hacer un monólogo de Shakespeare. Ofelia al principio estaba asustada pero después se dio cuenta que el pequeño animal estaba más asustado qué ella. Por lo que decidió tratar de acercársele encorvando su cuerpo y caminando lentamente hacia él.
El murciélago la aceptó después de que la niña sacara de su mochila un pedazo de sandía. Los dos se convirtieron en mejores amigos, si alguien los hubiera visto en ese momento no entendería muy bien lo que estaba pasando pero hubieran creído que Ofelia era una amaestradora experta de animales.
Desde ese día, el murciélago y Ofelia asistían a las clases de ballet juntos. Cuando lo llevó por primera vez, Ofelia casi en lágrimas le pidió a la profesora que si su mascota podía verla bailar. La profesora sin saber mucho que hacer, tuvo que aceptar. Cuando Ofelia le enseñó que su nuevo amigo podía estar tranquilo, comiendo su fruta en una esquina, la profesora se tranquilizó.
El murciélago se agarraba de la barra y viendo todo de cabeza disfrutaba de cómo las bailarinas se movían por el cielo.
El pequeño mamífero y Ofelia se hicieron inseparables, tanto que decidieron que si Ofelia usaba tutú, el animal también tendría que usar uno y así fue. Ofelia tras ver a su murciélago con tutú lo terminó por nombrar Batuti.
Los días pasaban y Batuti ahí estaba colgado boquiabajo viendo a su pequeña amiga bailar. Después de cada clase, Batuti pasaba de ser su amigo a ser su confidente. El murciélago parecía el diario de Ofelia, ella le contaba todos los días algo nuevo y chivo que le había pasado en clases, en casa o lo que sea. Igualmente Ofelia desde casa preparaba siempre en una pequeña cajita de madera el almuerzo de su mejor amigo. Esto generó que a Batuti siempre lo alimentaran con comida, amor e historias.
Mientras Ofelia fue creciendo las historias fueron cambiando, Ofelia le contaba nuevas cosas, le contaba sobre chicos, luego sobre cervezas y fiestas, luego sobre drogas y finalmente sobre universidades. Ofelia finalmente tenía la edad para irse de su casa y buscar su suerte como bailarina en otra ciudad.
El último día antes de irse a su nueva ciudad y a su nueva vida, Ofelia llegó a la academia de ballet y le entregó al pequeño murciélago la cajita donde le llevaba comida todos los días. La despedida no fue larga pero tampoco fue triste, los dos habían disfrutado de su amistad pero sabían que un día este día podría llegar. Como despedida Ofelia y Batuti bailaron una última vez juntos.
Cuando estaba anocheciendo, Ofelia con lágrimas en los ojos, se le acercó al pequeño peludo y le entregó la caja dándole un pequeño abrazo. Batuti emocionado sabía que dentro de esa cajita estaba el último regalo de Ofelia.
Ofelia a llantos lo dejó sabiendo qué tal vez ya nunca lo vería. Junto a la caja le dejó varias frutas pero la caja siempre cerrada guardaba algo más. Las semanas pasaban y Batuti se iba acabando los suministros dejados por Ofelia. Finalmente un día Batuti decidió abrir la caja, parecía que había oro dentro por cómo le brillaba la cara al murciélago al ver el contenido de esta.
Cuando Batuti consumió el último regalo de Ofelia, el pequeño animal alado comenzó a bailar y por primera vez en su vida decidió salir de la academia y volar por la ciudad. Batuti giraba haciendo Battements Frappés. Movimientos con los cuales Batuti poderosamente ampliaba la pierna de trabajo de una posición cou de pie a varias posiciones: al frente, al lado o a la parte posterior. Lo cuál hacía que la gente a verlo pasar lo grabara y le tomara fotos. Para Batuti los humanos eran sus fans y su baile era su máxima expresión de amor por todos los años de amistad que había sentido por Ofelia.
Mientras Batuti volaba por la ciudad escuchaba la cacofonía de pitos y conversaciones al aire que generaban para él música, como si Mozart estuviera con una orquesta tocando sus sinfonías para que el joven murciélago le mostrara al mundo su talento. Las luces de los semáforos se convertían en la iluminación que le decía que era momento de la siguiente canción. Las personas que lo veían y que sacudían sus manos en el aire parecían fans locos por ver tanta gracia en tan pequeño y peludo animal.
No obstante lo que Batuti no sabía es que el regalo que había comido era de verdad un hongo psicodélico y que la gente no estaba admirando al murciélago si no que todo quien se cruzaba con él estaban en un estado de pánico y shock por ver a un murciélago moverse de manera tan inusual. Lo que para Batuti eran reflectores que guiaban sus movimientos era simples lámparas y luces de carros que brillaban sobre el atardecer de la ciudad.
El viaje y presentación de Batuti llegó a un final inesperado cuando el murciélago imaginándose el final de su canción decidió hacer un Entrechat: que prácticamente es un paso de saltos en la que el bailarín brinca en el aire y rápidamente cruza las piernas. El problema es que Batuti decidió hacer este paso a media calle y hacerlo enfrente del reflector de luz más grande que había visto. Según nuestro pequeño amigo bailarín esta luz era la luz que hacía llamado al último paso de la noche. La luz que le indicaba al personaje principal que el público estaba listo para el cierre pero no todos los shows terminan con un final feliz. La luz de un camión se convirtió en lo ultimo que el pequeño murciélago vio antes que le cerraran el telón.
Batuti murió feliz, murió sin saber que había muerto, lo único que le faltó tal vez fueron aplausos pero quién sabe si adonde terminó recibió los aplausos y la admiración que tanto soñaba.

Leave a comment