Sueños de Ícaro y amores imposibles.

Dos días seguidos el cielo se había vuelto color algodón de azúcar. Un rosado casi místico, el cual le daría hambre hasta al más flaco de los gigantes que alguna vez caminaron por estas tierras.
Dos días seguidos el Sol se había escondido detrás de una cortina de nubes a la hora de dormir, dejando sola a la Luna en el cielo.

Sin embargo, para los humanos, el hecho que el Sol se escondiera, todos los días, en el horizonte, detrás de las olas, era señal que el Sol no quería ver a la Luna. Para los humanos esto era algo irracional ya que para para ellos la Luna siempre fue una Diosa.

Era hermosa, iluminaba los cielos y de vez en cuando les sonreía. La seducción de la Luna fue tanta que los humanos construyeron máquinas y arriesgaron su vida solo para ir a visitarla. Los humanos fascinados con ella se le quedaban viendo todas las noches, romantizando con volver a verla de cerca.

¿Le habría hecho daño la Luna al Sol y por eso este huía? ¿Era alérgico el Sol a la oscuridad de la noche? La verdad es que pocas personas entendían las acciones del Sol.

Un día el Sol le contó a un pajarito su historia. El pajarito se llamaba Hugo, sus padres le habían dicho que nunca se acercara al Sol porque este le podía hacer daño, pero Hugo siempre decía que no había que esperar hasta que fuera de noche para poder brillar. Lo que hizo que desde pequeño se obsesionara con el Sol generando que fuera la burla de todos sus compañeros.

Hugo era un pájaro solitario debido a su curiosidad.

Para lidiar con su soledad, Hugo salía en los atardeceres a buscar donde se escondía el Sol, pero sus búsquedas eran en vano. Hasta que un día, mientras volaba por un bosque, Hugo decidió tomar un descanso y descendió de los aires buscando un poco de agua. Entre los árboles, el pajarito encontró una fuente donde se encontraba la estatua de una ninfa. La ninfa sostenía un telescopio en su mano izquierda y una brújula en su mano derecha.

Hugo sintió algo en sus plumas, si los pájaros pudieran sentir escalofríos creo que algo así fue lo que sintió el pequeño pajarito. Una voz, que parecía provenir de la estatua, estaba tratando de comunicarse con él. Hugo asustado trato de volar,para alejarse de ahí, pero la voz le susurró que podía conceder su deseo de hablar con el Sol pero que si su sueño se cumplía Hugo ya no podría regresar de su viaje.

Hugo entendía lo que implicaba irse a ver al Sol, pero imaginaba lo que debía sentir el gigante estando tan solo en el cielo. El pájaro regresó y se posó encima del telescopio de la estatua. El deseo funcionó de inmediato y tras un destello de luz, Hugo se encontraba en el cielo volando a una gran velocidad acercándose cada vez más al Sol.

El pájaro voló hacia el Sol y este lo recibió con sus rayos de sol como si ya lo estuviera esperando. Era una historia triste pero noble. El Sol amaba a la Luna, pero él sabía que no podía acercarse a ella por miedo de quemarla y quemar a sus amigas las estrellas que la rodeaban.

Tal vez la Luna nunca iba a entenderlo, pero para el Sol, las Estrellas solamente existían para hacer que la Luna brillará aún más de noche.

El Sol sentía entonces que era su deber cuidar de ellas para que su musa pudiera seguir brillando y enamorando a los humanos. Él tenía que alejarse de ella por más que le doliera sabiendo que eso era lo mejor para mantener el balance de la belleza celestial.

Al terminar su historia, el Sol le agradeció a su nuevo amigo. Hugo le dijo que estaba listo para cumplir su parte del deseo. El Sol le dijo que ahora Hugo ya no podría volar más pero si que si iba a poder brillar de día y de noche.

Durante el día, Hugo se quedaría con el Sol y durante la noche brillaría a la par de la Luna contándole historias del Sol.

El Sol siempre perseguirá a la Luna sabiendo bien que nunca va a tenerla, pero lo que muchos no saben es que ahora el Sol brilla un poco más porque pasa sus días hablando con un pequeño amigo alado.