El mago que no quería serlo

El mago que no quería serlo

POR Elizabeth Rivas Monge

-A veces quemo, a veces purifico le escuche decir. – Le dije mientras él se subía al árbol. Y es que era verdad, a medianoche siempre soñaba lo mismo: Una vela, y mi mano atravesando su llama; a veces dolía y a veces brillaba.

Noche tras noche era al azar, los pasos que se acercaban me obligaban a dormirme inmediatamente, y no es que tuviera miedo solo no quería ver su rostro.

Él, sentado en su rama favorita miraba hacía el cielo, yo sentada en la grama ignoré el hecho que me ignoraba

– ¿Bajamos? – Preguntó Daniel.

– ¡SI! – Respondí con tanta ilusión a pesar de las quemaduras

-Baja tu adelante- dijo

Mientras bajamos volví a sentir el fuego en mi interior, esta vez quemaba y dolía en cada paso que daba hacía la quebrada

– ¿Tu no sientes fuego? –  le pregunté

A veces, pero lo ignoro y como arte de magia desaparece – rio mientras pasaba su mano por mi cabeza y se adelantaba quebrada abajo.

 Y es que Daniel era mi hermano, mi confidente y mi ángel, aunque él lo negara y me golpeara con su pelota al jugar con sus amigos. Cumplíamos el mismo día con 4 meses de distancia y 4 años de diferencia.

Cuando llegamos al río, desbroché mi vestido y lo coloqué a la orilla y me sumergí, pidiéndole a las aguas que me quitaran el fuego y las quemaduras.

Daniel se quedó sentado viendo al cielo.

– ¿Te sigue quemando? – preguntó

– ¡Sí! – le respondí con disgusto y tristeza

– Con el tiempo pasa y te acostumbras al dolor- dijo mientras jugaba con tierra

¿Tú ya no lo sientes entonces? – le dije tocándome mis quemaduras

-Mi cuerpo esta acostumbrado al fuego, pero yo no, es como si fuéramos dos seres en uno, cuando se acerca la hora y todo esta en silencio, quisiera ser un brujo o un mago para desaparecer y solo dejar a mi cuerpo para que soporte el dolor. – dijo mientras se tocaba sus brazos y se abrazaba a él mismo.

Mientras me explicaba miraba mis quemaduras, unas mas grandes que otras, una en el torso, otra en el estomago, otra en mis pechos y así… tenía quemaduras cada vez más grandes y menos visibles

La noche comenzó a caer y era hora de subir, ninguno quería regresar, porque ambos sabíamos que unos de los dos esa noche soñaría con: Una vela, manos y fuego.

-Sube tú, luego llego yo– dijo, aunque era normal que él se quedará unos minutos más y luego me alcanzará a medio camino.

– ¿Qué harás? – dije mientras me colocaba cuidadosamente el vestido para no lastimarme

-Quiero practicar magia, haré un truco, ya lo verás cuando estés arriba-   dijo mientras se quitaba el pantalón y entraba al rio.

Subí corriendo la vereda, pasé por su árbol favorito y llegué a casa. Se hicieron las 7: 00 pm, luego las 8:00 pm y Daniel y su truco no aparecían

-Seguro se encontró a su amigos- dije mientras cenaba

En mi interior aún seguía el fuego y el dolor, pero mi emoción e ilusión por ver el truco de Daniel era más fuerte.

Empecé a sentirme asustada, los pasos se acercaban a mi por todos lados ¿Dónde está Daniel? ¿Por qué lo dejaste? ¿Qué estaban haciendo allá abajo? ¿A dónde fue? Todas esas preguntas me mareaban y la luz calidad de la casa hacía que no pudiera respirar.

Cuando lo vi de vuelta, estaba flotando sobre el rio, viendo hacía el cielo como siempre lo sabía hacer, las ramas de los arboles lo abrazaban del cuello con su cinturón, mientras, él dejaba ver sus quemaduras a los asistentes que llegaron a presenciar el evento.

Y ¡Abracadabra! El truco fue revelado, Daniel el gran mago lo había logrado. Logró dividirse en dos, para soportara el fuego de la medianoche.

Desde ese momento los pasos que tanto nos asustaban a medianoche se dirigían únicamente a mi habitación, y Daniel con su gran truco de magia aparecía en mis sueños y se colaba hasta llegar a la vela y me decía lo mismo “a veces quemo, a veces purifico” mientras colocaba su mano sobé la llama, para que solo se quemara mi cuerpo y no mi alma.

El mago que no quería serlo

Por ALFONSO SIMÁN

Se imaginan tener magia y no quererla. Poder hacer cosas que sobrepasan nuestro entendimiento como humanos y decidir que eso no está bien.

La verdad es que nunca sé por dónde debería de comenzar porque lo que más me asusta es donde voy a terminar.

Todas las noches, el joven escritor salía por su ventana y arrojaba sus sueños a las estrellas y a la luna.

Cuando el cielo lloraba, el joven se quedaba con sus sueños y los plasmaba en papel. En el mejor de los casos, los sueños tomaban vida y el escritor se sentía más liviano al verlos vivir en la mente de sus lectores.

Pero cuando el joven escritor, decidió parar de hablar con la luna y las estrellas, los sueños pararon de aparecer en las noches y fueron desvaneciéndose de su cabeza, del papel y de los recuerdos y memorias de sus lectores.

Todas las noches se ponía a hablar con su cabeza, y una noche una de las voces les respondió. Y él se rió y se dijo a sí mismo: “Seguramente has conversado con todos los otros yo que se encuentran ahí arriba, atrapados esperando su momento para salir a conocer este mundo maravilloso.”, y concentrándose con todas sus fuerzas, tiró de lo más adentro de su ser, como si estuviera sacando un cangrejo de su hoyo. Finalmente, después de un largo forcejeo, el joven escritor se dió cuenta que lo que estaba dentro de él no era otro él, ahora ahí junto a él, no había ningún monstruo o cosa de terror, sino un pequeño Pulpo profundamente dormido.

Su piel era del color de la lava recién salida de un volcán, sus ventosas casi místicas estaban decoradas con destellos plata y perla. La sal brillaba en sus párpados y sus ojos del tamaño de un durazno.

Tan extraño era esa criatura que cuando el joven escritor lo vio se llenó de asombro sin saber mucho que hacer, decidió extender su mano y tocar uno de sus 8 tentáculos. Y cuando él lo tocó, el lanzó un grito como una gaviota asustada, se despertó y lo miró aterrorizado con sus ojos azules, y luchó por escapar del cuarto. Pero el joven escritor decidió abrazarlo con fuerza y ​​no permitió que se fuera.

Y cuando vio que no podía escapar de él de ninguna manera, se echó a llorar y dijo: “Te ruego que me dejes ir, porque yo no debería estar aquí y no sé cómo volver de donde una vez nací”.

Pero el joven le respondió: “No te dejaré ir si no me haces la promesa de que siempre que necesite una historia me responderás y me ayudarás.”

–¿De veras me dejarás ir si te prometo esto? – gritó el pulpo.

“ En verdad, te dejaré ir ”, dijo el joven.

Entonces el pulpo le hizo la promesa que él deseaba, el joven lo soltó y le señaló que su oído, explicándole al pulpo que de ahí había salido.

Todas las noches, el joven escritor se sentaba frente a la hoja en blanco y llamaba al Pulpo que salía arrastrándose de su cabeza. Los dos hablaban hasta el amanecer de las historias improbables que el escritor soñaba y le pulpo le contaba los secretos que él guardaba.

Y que secretos el pulpo le contaba, secretos que tal vez están mejor en mi cabeza porque la verdad es que nunca sé por donde debería de comenzar porque lo que más me asusta es donde voy a terminar.

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