Sentirse triste no constituye un delito, aunque el mundo insista en persuadirte de lo contrario.
Los matices emocionales que abarcan el espectro humano no han causado daño alguno a nadie. Son nuestras emociones las que nos confieren humanidad y nos entrelazan con el tejido de la existencia. En los momentos de melancolía, concedernos el permiso de experimentarla se torna crucial, pues al negarla, la tristeza podría desatar cataclismos meteorológicos en nuestro ser. Importa recalcar que encerrarla no es la solución.
Lamentablemente, no todos poseen la destreza de enfrentarla; algunos se dejaron engullir por su voracidad, mientras que otros prefirieron confinarla. Frascos diminutos que durante años los pintores llevaron consigo, colgando de sus cuellos. Sin embargo, tras cargar con ese fardo por largas estaciones, algunos finalmente se decidieron a liberarlos en un jardín, donde engendraron las lilikois, flores rebosantes de pasión. Estas flores y sus frutos se desparramaron por el orbe, brindando a quienes las degustaban una muestra de los sentimientos contenidos en su esencia.
Un día, unos Ojos toparon con estas lilikois y decidieron probar su fruto. No obstante, los Ojos, que jamás habían experimentado las lilikois, tampoco habían encarado la tristeza previamente. Sus vidas transcurrieron siempre observando el cielo, y cada vez que el firmamento no se vestía de azul celeste, se replegaban y tejían imágenes de felicidad. Lo que escapa a la mayoría es que los ojos efectivamente pueden saborear los manjares; tienen un rol tan poderoso que puede prevalecer sobre lengua y nariz.
El afamado vino blanco Sauvignon Blanc, por ejemplo, extrae su sabor de un mosaico de compuestos naturales, entre ellos elementos con notas de banana, maracuyá, pimiento rojo… Pero cuando se vierte el Sauvignon Blanc en una copa, teñido con el escarlata profundo del Merlot o el Cabernet, el paladar detecta los componentes naturales que alumbran los sabores de dichos vinos.
El sentido olfativo también puede superponerse a las papilas gustativas, dictaminando el matiz de los sabores. En un experimento que cualquier individuo puede llevar a cabo en su hogar, psicólogos han solicitado a voluntarios que inhalaran esencias de dulces, fresas u otros manjares azucarados, seguido de un sorbo de agua; el agua adquiere un matiz dulce. Empero, si el aroma es de pan, carne, pescado u otros alimentos no dulces, el agua no revela ese matiz.
Volviendo a nuestra narrativa, los Ojos probaron las lilikois, y de sus iris empezaron a emanar gotas, lágrimas. No obstante, los Ojos persistieron en el deleite, atrapados en esa sensación. Experimentar el bálsamo de limpiarse a través de esa emoción les resultó cautivante. Así, los Ojos volvieron una y otra vez al encuentro de las lilikois, a fin de purificarse y contemplar el mundo a través de una nueva óptica.

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