
Hace unos meses me pasó algo que solo podría tildar de bizarro. Si entiendo que ahora en día uno tiene que estar abierto a experiencias nuevas, que tendríamos que aceptar a la gente tal y como es y créanme que lo hago.
Siendo taxista he visto cosas increíbles, cosas que me han hecho llorar de la risa, cosas que me han irritado y cosas que simplemente me han roto.
A tal punto qué, cuando la luna se comienza a acostar y yo me voy a mi turno para conducir mi LTI TX4, un pequeño carro que parece más una refrigeradora deprimida que otra cosa, no estoy seguro si sigo conduciendo por mis calles o si algún demonio, hada o espectro me ha trasladado a alguna dimensión extraña.
A partir de las 2am, el juego cambia, la gente es diferente, te guías por instinto y tu cerebro pasa a segundo plano, muchos van en modo avión como si fueran robots o políticos durante alguna crisis: repiten los mismos errores porque para ellos nunca serán errores.
Sin embargo, nada había sido tan raro como lo que me pasó aquel viernes 13 de octubre.
Si, se lo que piensan, viernes 13 de octubre, de seguro esta historia tiene que ver con el diablo o algo parecido. ¿Qué es mi culpa por haber trabajado esa madrugada lluviosa? Pues necesito mis cigarros saben, tengo que alimentarme o al menos destrozar mis pulmones mientras un sentimiento de satisfacción inunda mi garganta.
Cuando me llamaron de la central esa madrugada fue para anunciarme que un pasajero necesitaba que llegase Sitges, al museo Maricel para ser preciso, para recogerlo y eso era todo.
El pasajero no había dado más información de hacia donde se dirigía. Lo cual ya de por si me parecía extraño, incluyamos que yo me encontraba en Barcelona y era muy raro que me llegaran pedidos de afuera de la ciudad. Mi primer instinto fue decir que no, pero volteé a ver mi cajetilla y estaba vacía, revisé la guantera y ya no tenía ni tabaco para rolar así que terminé aceptando el llamado.
Sitges siempre fue y será un lugar místico para mí. Todavía, cuando tengo el lujo, voy a perderme al Festival de Cine de Sitges. Soy fan del festival de cine fantástico y cuando llega el momento mi pequeño taxi se vuelve mi herramienta de escape del mundo ordinario, pero nunca quise irme tan lejos de nuestra realidad como me terminó pasando ese viernes 13…
Bueno, salí en mi coche en dirección de Sitges, escuchando la repetición del partido por la radio, mientras esquivaba el tráfico que parecía haberse alterado por las gotas pesadas que caían. Al llegar a Sitges, encendí los faroles de mi taxi y me preparé para buscar a alguien que necesitara un taxi. Normalmente es algo sencillo, cuando la gente tiene las manos libres y las levanta para señalar que necesita que la recojan, otra cosa es cuando la gente bajo su paraguas decide retraer sus brazos para cubrirse del frío y el agua.
Era un amarillo que nunca antes había visto. Un amarillo que parecía hasta cierto punto falso. No se si era la tela de la gabardina o el hecho que nunca había visto un par de tacones de aguja de ese color, pero cuando la luz de los faroles de mi taxi golpeó ante ese color tuve un momento de incertidumbre al cual sería mejor llamarle miedo.
La mujer cuya cara iba cubierta por un velo que caía de su sombrero del mismo color que toda su vestimenta. Era muy alta y delgada. Le pregunté hacia donde nos dirigíamos, escuché una onomatopeya y me entregó un papel. Era un pequeño mapa que tenía como destino el Parque del Garraf. Conducimos por unos 20 minutos hasta que ella levemente me tocó el hombro para indicarme que ahí se iba a bajar. Extrañado le pregunté que si estaba segura que este era su destino ya que la lluvia seguía cayendo fuertemente.
La misteriosa mujer me vio a los ojos y de su pequeña maleta que llevaba me entregó un pan de chocolate envuelto en un papel y se alejó de mi coche. Extrañado por el comportamiento de mi pasajera me retiré algo aterrado del lugar, el pan de chocolate en su empaque yacía en el asiento del copiloto. Sentía una presencia como si el pan me estuviese hablando. Me detuve a un lado de la carretera y abrí el paquete.
Adentro había una foto de la pasajera en su vestimenta tan particular y el postre misterioso. Al reverso de la foto había una inscripción en la que se leía: Arthur, en tu vida has hecho muchos viajes, pero no tienes idea donde puedes llegar. Esperanza te espera.
No podía contener las lágrimas. Hace 5 años, un viernes 13, mi querida Esperanza desapareció en el mar cuando entraba de una expedición. Los demás biólogos desaparecieron por lo que las autoridades no tenían ninguna información para continuar la búsqueda.
Yo había perdido todas las ganas de socializar, pero mi psicóloga me había recomendado algún trabajo que me mantuviese ocupado y en el cual, la oportunidad de socializar estuviera presente. Ahora heme aquí en mi taxi donde estoy escribiendo lo que viene de suceder para dejar nota de lo que he vivido porque no sé qué me pasará después de que me coma este pan. La curiosidad mato al gato supongo, pero no me encontraba listo para descubrir lo que había ocurrido con Esperanza.
Meses después, me encuentro aquí con ustedes escribiendo una continuación, una segunda parte o como quieran llamarle. El pan sigue igual, no se ha llenado de moho ni nada por el estilo. Ya no aguanto más, conduzco todos los días por Sitges buscando a mi Esperanza pero sin suerte. Tal vez este pan es la solución.
El pan sabe cómo cualquier otro pan, pero algo raro está ocurriendo. Escucho unos cánticos…vienen del mar…tengo que…

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